Las declaraciones del actor Jackie Chan sobre que “los chinos necesitan estar controlados” animaron al gobierno oriental a justificar su conducta de opresión, censura y violación de las libertades ciudadanas.
Pero el famoso artista, acostumbrado a salvar a medio mundo de las garras de dictaduras y mafiosos en epopeyas hollywoodenses, no se pudo salvar de las agrias réplicas. “Los chinos no son mascotas”, le gritó un legislador de Hong Kong, graficando que ningún gobierno puede arrogarse el derecho de propiedad sobre una persona.
No fue difícil asociar esa imagen con Cuba donde después de cinco décadas de escasos frutos revolucionarios Fidel Castro sigue portándose como dueño del destino de todos, como el amo que controla a su mascota, para cuidarla, regañarla o castigarla.
En su régimen, Fidel no acepta que nadie le imponga condiciones, que le muerdan la mano, que protesten. Quien lo hiciera, es despojado, encarcelado, expulsado o insultado. De eso trataron sus últimas reflexiones, en las que desbarató los indicios de reciprocidad que expresó su hermano Raúl ante los ofrecimientos de Barack Obama.
Fidel protestó, no dio muestras de apertura. Puso como condición un posible intercambio de disidentes encarcelados y cinco espías cubanos presos en Estados Unidos. A Fidel le da lo mismo que las ovejas negras estén presas o libres en Estados Unidos y España; donde no las quiere es en Cuba.
Los recientes festejos por el 50 aniversario de la revolución y la Cumbre de las Américas evidenciaron que Fidel también cuenta con un grupo aguerrido de mascotas que no solo se desvive por defender sus ideales y protegerlo de cualquier intruso, sino que también –como otro tipo de mascotas, las deportivas– lo animan, alaban e incentivan su triunfo.
En Trinidad y Tobago muchos líderes pidieron insistentemente restituir todos los derechos a Cuba, aunque se olvidaron mencionar que debieron combatir y procesar a tiranías similares en sus países. Una de ellos fue Cristina de Kirchner, que por enaltecer a Castro se olvidó del libreto que recitó en el sepelio de Raúl Alfonsín, a quien alabó por su firmeza contra la dictadura militar. Un ejemplo de la doble moral latinoamericana, que juzga a las dictaduras según su ideología: las de derecha son malas y las de izquierda, buenas.
Es tanta la imprevisibilidad de los Castro, como la jactancia del amo al pisotear la fidelidad de su mascota, que a minutos del cierre de la Cumbre tildaron a la OEA de infame y calificaron de ingenuos optimistas a los presidentes que levantaron su voz por ellos. Esa infidelidad la sufrió hace poco Michelle Bachelet, cuando después de visitar a Fidel y pedir el levantamiento del embargo estadounidense, apenas regresó a Chile, se encontró con una reflexión del comandante en apoyo a Bolivia en su reclamo por el mar.
Más allá del real optimismo por el nuevo período de diálogo y colaboración entre América Latina y Estados Unidos, es cierto también que la Cumbre estuvo llena de dobles discursos e hipocresías. Bochornoso resultó escuchar arengas presidenciales sobre democracia, cuando los hechos demuestran que en varios países latinoamericanos la Carta Democrática es duramente pisoteada: se persigue a los opositores, se fraguan fraudes electorales, se quita independencia a los demás poderes del Estado, se cambian constituciones para perpetuar el poder de turno, se cierran y apoderan de medios, se alienta la corrupción y se permiten incontrolables índices de inseguridad e impunidad.
Estas son las nuevas venas abiertas de América Latina de las que no hay que buscar excusas en otros lares ni en otras épocas. Son heridas autoinfligidas, que encaminan al continente hacia el suicidio de la democracia. Y en esto, Fidel y sus mascotas predilectas, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales, tienen una alta cuota de responsabilidad.
Pero el famoso artista, acostumbrado a salvar a medio mundo de las garras de dictaduras y mafiosos en epopeyas hollywoodenses, no se pudo salvar de las agrias réplicas. “Los chinos no son mascotas”, le gritó un legislador de Hong Kong, graficando que ningún gobierno puede arrogarse el derecho de propiedad sobre una persona.
No fue difícil asociar esa imagen con Cuba donde después de cinco décadas de escasos frutos revolucionarios Fidel Castro sigue portándose como dueño del destino de todos, como el amo que controla a su mascota, para cuidarla, regañarla o castigarla.
En su régimen, Fidel no acepta que nadie le imponga condiciones, que le muerdan la mano, que protesten. Quien lo hiciera, es despojado, encarcelado, expulsado o insultado. De eso trataron sus últimas reflexiones, en las que desbarató los indicios de reciprocidad que expresó su hermano Raúl ante los ofrecimientos de Barack Obama.
Fidel protestó, no dio muestras de apertura. Puso como condición un posible intercambio de disidentes encarcelados y cinco espías cubanos presos en Estados Unidos. A Fidel le da lo mismo que las ovejas negras estén presas o libres en Estados Unidos y España; donde no las quiere es en Cuba.
Los recientes festejos por el 50 aniversario de la revolución y la Cumbre de las Américas evidenciaron que Fidel también cuenta con un grupo aguerrido de mascotas que no solo se desvive por defender sus ideales y protegerlo de cualquier intruso, sino que también –como otro tipo de mascotas, las deportivas– lo animan, alaban e incentivan su triunfo.
En Trinidad y Tobago muchos líderes pidieron insistentemente restituir todos los derechos a Cuba, aunque se olvidaron mencionar que debieron combatir y procesar a tiranías similares en sus países. Una de ellos fue Cristina de Kirchner, que por enaltecer a Castro se olvidó del libreto que recitó en el sepelio de Raúl Alfonsín, a quien alabó por su firmeza contra la dictadura militar. Un ejemplo de la doble moral latinoamericana, que juzga a las dictaduras según su ideología: las de derecha son malas y las de izquierda, buenas.
Es tanta la imprevisibilidad de los Castro, como la jactancia del amo al pisotear la fidelidad de su mascota, que a minutos del cierre de la Cumbre tildaron a la OEA de infame y calificaron de ingenuos optimistas a los presidentes que levantaron su voz por ellos. Esa infidelidad la sufrió hace poco Michelle Bachelet, cuando después de visitar a Fidel y pedir el levantamiento del embargo estadounidense, apenas regresó a Chile, se encontró con una reflexión del comandante en apoyo a Bolivia en su reclamo por el mar.
Más allá del real optimismo por el nuevo período de diálogo y colaboración entre América Latina y Estados Unidos, es cierto también que la Cumbre estuvo llena de dobles discursos e hipocresías. Bochornoso resultó escuchar arengas presidenciales sobre democracia, cuando los hechos demuestran que en varios países latinoamericanos la Carta Democrática es duramente pisoteada: se persigue a los opositores, se fraguan fraudes electorales, se quita independencia a los demás poderes del Estado, se cambian constituciones para perpetuar el poder de turno, se cierran y apoderan de medios, se alienta la corrupción y se permiten incontrolables índices de inseguridad e impunidad.
Estas son las nuevas venas abiertas de América Latina de las que no hay que buscar excusas en otros lares ni en otras épocas. Son heridas autoinfligidas, que encaminan al continente hacia el suicidio de la democracia. Y en esto, Fidel y sus mascotas predilectas, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales, tienen una alta cuota de responsabilidad.
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